Si alguien ha oído en el noticiario de Canal 13 o MEGA, o leído en El Mercurio o La Tercera, a algún periodista referirse a Raúl Schüler Gatica como un delincuente, esta columna se acaba acá…
Seguimos. Porque a Raúl Schüler le pueden haber encontrado en su fundo La Punta hasta ahora un total de 38 piezas de arte y arqueológicas robadas, pero para la prensa tradicional y para el Gobierno él sigue siendo un empresario, un coleccionista.
Si usted tiene la mala suerte esta Navidad de ser sorprendido en el Persa Bío Bío comprando -sin haberse enterado de la procedencia- alguna pieza tecnológica robada, podría ser formalizado por receptación. Es decir, frente a la cámara del matinal que como todos los años acompañó a la autoridad a fiscalizar las compras navideñas, usted se transformaría de un minuto a otro en un delincuente. Y técnicamente, de comprobarse aquello, así sería. De acuerdo a lo que indica la ley, la receptación es un delito contra la propiedad que comete aquel que tiene en su poder -«sabiendo su origen o debiendo saberlo»- cosas hurtadas o robadas, e igualmente quien compra, vende o comercializa especies obtenidas de esa misma manera.

Imagínese ahora si, además, usted tiene un apellido mapuche. Pensemos que se llama, por ejemplo, Camilo Catrillanca, como el muchacho de 24 años al que, aún cuando -a diferencia de lo ocurrido con Raúl Schüler- no se le encontró en su poder absolutamente nada que lo vinculara al supuesto robo de los vehículos que terminaron con su asesinato, fue presentado a la opinión pública por el ministro del Interior, Andrés Chadwick, como un «delincuente común».
A Camilo Catrillanca -ya muerto y sin poder defenderse- no se le respetó su derecho a la presunción de inocencia. ¿Ha reparado usted en que la formalización de Schüler Gatica, a realizarse el próximo 20 de diciembre, será por los delitos de receptación reiterada, infracción a la Ley de Monumentos Nacionales y por infracción a la Ley de Control de Armas y Municiones? ¿Por qué se asume a priori que él no robó personalmente ni mandó sustraer dichas esculturas? Eso se llama coloquialmente «el favor de la duda» y -a diferencia de lo que ocurrió con Catrillanca- en el caso del «coleccionista» operó y lo sigue haciendo.

¿Dónde está el latifundista agrícola? ¿Por qué no hay todavía un Comando Fundo buscándolo para detenerlo por haber tenido en su poder casi 40 piezas artísticas y arqueológicas robadas?
A Chile le costó décadas llamar dictador a un sujeto que le quitó la vida a 3 mil personas y hoy es un país incapaz de nombrar como delincuente a una persona como Jovino Novoa, que frente a un tribunal de la República se reconoció a sí mismo como tal. Para la prensa sigue siendo un ex senador.
El problema no está solo en los medios de comunicación y los gobiernos de turno, sino en un racismo y aporofobia naturalizados por gran parte de la sociedad. El empresario que delinque es «astuto», «pillo»; el sujeto de a pie que lo hace es un delincuente. Es una disociación clasista abismante e innegable, una suerte de esquizofrenia moral provocada por la adicción al estatus y al poder que, de no existir, quizás nos tendría llenando titulares con la noticia de que en el centro de Sanhattan ciudadanos ataron con tela adhesiva a un poste a Carlos Alberto Délano o a algún dueño de una AFP.
Pero ese Chile no existe, lo sacaron de las calles, como a las estatuas de Raúl Schüler Gatica.